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Las pantallas han evolucionado de una forma extremadamente rápida. Del tubo de rayos catódicos se pasó a las pantallas planas LCD, al tiempo que sustituíamos las cintas de vídeo por el DVD y, luego, por el Blu-Ray. La retroiluminación pasó de lámparas fluorescentes a iluminación LED, mientras que la resolución aumentaba desde HD a Full HD, para llegar a UHD y, ahora, a 8K.

Los paneles han ido aumentando de tamaño, pasando de apenas 30’’o 40’’ a ver como normales las diagonales de 85’’ pulgadas o más de los televisores de ahora. Sin olvidar iniciativas como las pantallas 3D, que pasaron sin pena ni gloria como un incentivo para invitar a los usuarios a renovar sus televisores.

Una vez agotada la carrera por la resolución, el siguiente salto evolutivo es el de mejorar la fidelidad en la reproducción de los contenidos. Aquí es donde entran en juego aspectos como la gestión de los espacios de color que puede manejar una pantalla, la reproducción de rangos dinámicos más amplios bajo especificaciones como Dolby Vision, HDR10 o HLG, sin olvidar el papel del sonido, que también se considera un componente esencial de la experiencia audiovisual.

LCD, OLED y QLED

El denominador común en estas tecnologías de pantallas es el de la generación de luz para “dar vida” a las imágenes. En el mundo real, los colores y sus intensidades vienen dados por la luz reflejada sobre los objetos, pero, para recrear los contenidos de vídeo digitales en una pantalla, hay que emitir luz. Los colores se generan a partir de las tonalidades primarias rojo, verde y azul.

La clave para que lo que se ve en una pantalla sea fiel a la realidad es que cada componente de color primario sea lo más puro posible y sin que haya desviaciones significativas respecto a los valores de referencia. De poco sirve que un contenido de vídeo esté codificado con 10 bits de profundidad si la componente roja no es realmente un rojo puro.

La pureza de los colores depende, a su vez, de la pureza de cada componente primario rojo, verde o azul. Con LCD, la luz blanca de la retroiluminación, que luego pasaba por la matriz de cristal líquido y los filtros RGB para formar los colores, se obtenía a partir de LEDs azules. La luz azul, posteriormente, se pasaba por un filtro de fósforo (amarillo) para conseguir un blanco correcto, pero no demasiado perfecto.  Suficiente para mostrar espacios de color como el REC 709, pero lejos de una reproducción cromática comparable a la del ojo humano.

OLED, en su momento, se erigió como la tecnología capaz de reproducir con más fidelidad las tonalidades que se codificaban en los contenidos de vídeo grabados con equipos capaces de registrar prácticamente la totalidad de las tonalidades que el ojo humano puede ver. Además, lograba márgenes dinámicos más cercanos a los que se perciben en la vida real.

Los fabricantes ven en QLED una tecnología capaz de combinar lo mejor de ambos mundos: el control sobre la luminosidad de los píxeles y la robustez y calidad de color

El secreto está en la capacidad de OLED para generar una luz blanca mucho más pura que con los métodos del LED convencional. Esta luz blanca, a su vez, pasa por las matrices RGB para generar las gamas cromáticas, al menos parcialmente, de espacios de color como el REC 2020, que muestra un 99,9% de las tonalidades que el ojo humano puede identificar.

QLED llegó más tarde, aportando un fundamento tecnológico muy robusto: el de los quantum dots. Se trata de un tipo de nano partículas que, dependiendo de su diámetro, son capaces de emitir radiaciones con longitudes de onda sumamente precisas cuando se excitan con una fuente de energía. Así, es posible construir sistemas que, a partir de una fuente de iluminación LED azul pura, generan una luz blanca de gran calidad sumando al azul las tonalidades roja y verde provenientes de los quantum dots.

Los avances de QLED

Básicamente, OLED y QLED, a día de hoy, son capaces de recrear fuentes de luz de una pureza similar. Ahora bien, hay diferencias que juegan a favor de unos y de otros. OLED, por ejemplo, presenta una ventaja frente a QLED: OLED genera la luz a escala de píxel individual. Cada píxel de una pantalla OLED puede encenderse y apagarse individualmente, lo cual permite mostrar negros perfectos. Sin embargo, en la tecnología QLED no encontramos la posibilidad de gestionar la retroiluminación a escala de píxel.

Paulatinamente ha sido posible dividir la pantalla en más zonas donde gestionar la atenuación de la retroiluminación, consiguiéndose interesantes avances en este campo a medida que se logra miniaturizar los LEDs sin sacrificar intensidad de iluminación ni el buen funcionamiento. De hecho, TCL tendrá en los próximos meses lista su tecnología Vidrian Mini-LED con hasta 5.000 zonas de control de atenuación de la retroiluminación a partir de 25.000 LEDs en los televisores 8K.

OLED, por su parte, presenta un punto débil: los componentes orgánicos que emiten luz se degradan o se “queman” con el paso del tiempo. El efecto del marcado de píxeles es uno de los más problemáticos de OLED, al mismo tiempo que los niveles de brillo que alcanzan son inferiores a los que se obtienen con la tecnología QLED. A más intensidad del brillo, mayor riesgo de degradación se observa.

Como efecto colateral hay que señalar la degradación en la representación de los colores cuando se sube el brillo por encima de ciertos umbrales. El “color volumétrico” representa precisamente la capacidad de un panel para mostrar colores a medida que se aumenta el brillo al máximo.

La calidad de los paneles QLED en lo que a pureza o niveles de brillo se refiere es muy elevada. Y en la parte del control de la iluminación se avanza hacia un aumento notable de las zonas que se pueden gestionar, incluso a nivel de píxel

Con la tecnología QLED, en televisores como el X10 de TCL, se obtiene el 100% de representación de colores con 2.000 nits de brillo. En los paneles OLED este porcentaje es más reducido. Es decir, con tecnología QLED es posible ver la televisión en espacios con mucha luz manteniendo todo su colorido y brillo, mientras que con OLED estamos supeditados a mantener una iluminación tenue en la sala.

Fabricantes de televisores como TCL, a la hora de elegir una tecnología para sus modelos más representativos, ven en QLED una tecnología capaz de combinar lo mejor de ambos mundos: el control sobre la luminosidad de los píxeles de OLED y la robustez y calidad de color de QLED. La clave esté en avanzar hacia un control de la iluminación progresivamente más preciso y más cercano al nivel de píxel, sin que haya efectos colaterales negativos.

Y parece que se está consiguiendo. Televisores como el TCL X10, por ejemplo, con tecnología Mini-LED, integran 15.360 LED en la parte de la retroiluminación con un control de la atenuación de 768 zonas (20 Mini-LED por zona). Además, TCL ya se emplea la tecnología micro dimming en algunos de sus televisores. Esta tecnología permite ajustar la atenuación de la retroiluminación en diferentes zonas de la pantalla a partir del análisis de los contenidos. El camino parece ser ese.

El futuro de QLED

La calidad que se consigue con paneles QLED en lo que a pureza o niveles de brillo se refiere es muy elevada. Y en la parte del control de la iluminación se avanza hacia un aumento notable de las zonas que se pueden gestionar, con vistas en el futuro a establecer un control a nivel de píxel incluso.

Por lo pronto, con Vidrian Mini-LED, TCL llegará a 5.000 zonas con 5 LEDs en cada una, totalizando 25.000 Mini-LEDs en los televisores 8K que presentará de aquí a final de año. En televisores como el TCL X10 se define el camino a seguir. Y en televisores como los de las nuevas familias C71 y C81 se llevan las tendencias tecnológicas más avanzadas y consolidadas a un segmento amplio de consumidores, conjugando una sólida calidad de imagen con una tecnología robusta como QLED donde no hay letra pequeña.

A largo plazo, usar el mismo televisor OLED «solo» para jugar o como pantalla secundaria conectada a un ordenador es un poco jugar a la ruleta rusa del marcado. Hay técnicas que desplazan píxeles o los “reciclan” periódicamente para evitar que se produzca ese marcado, pero no son especialmente resolutivas. La tecnología QLED, además, permite implementar HDR10, HDR10+, HLG o Dolby Vision con una buena experiencia de uso incluso en entornos con mucha luz, así como implementar tasas de refresco elevadas, para paneles de gran tamaño y resoluciones de hasta 8K. Muchos puntos a favor y pocos «peros», que además están en vías de dejar de ser tales.

Imágenes: TCL y Shmups Forum